El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

Apacigüé mi inquietud, y creo que la suya, con la rutina tranquilizadora de un examen (...) y luego excusándome para guardar el oftalmoscopio, lo dejé que se pusiera el zapato. Comprobé sorprendido al cabo de un minuto que no lo había hecho.
-¿Quiere que le ayude? -pregunté.
-¿Ayudarme a qué? ¿Ayudar a quién?
-Ayudarle a usted a ponerse el zapato.
-Ah, sí -dijo- se me había olvidado el zapato -y anadió, sotto voce-: ¿El zapato? ¿El zapato?
(...)Por último posó la mirada en su propio pie.
-¿Éste es mi zapato, verdad?
¿Había oído mal yo? ¿Habiía visto ma él?
-Es la vista -explicó, y dirigió la mano hacia el pie-. Éste es mi zapato, ¿verdad?
-No, no lo es. Ése es el pie. El zapato está ahí.
-¡Ah! Creí que era el pie.

Oliver Sacks.

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